Es cierto lo que decía Marguerite Duras: uno nunca sabe lo
que va a escribir hasta que ve el resultado final, la escritura es eso, es
esperar y yo vivo esperando hace mucho, mucho tiempo.
Regreso del viaje un poco triste, me pone así regresar a
casa y en un estado de melancolía cuando estoy lejos. De alguna forma creo que
sigue latente la ilusión de tener un refugio en algún lugar físico, pero no, es
sólo un sitio para estar, el único espacio lo llevo conmigo todo el
tiempo aunque no sea consciente de él la mayor de las veces, salvo cuando me
encuentro en estos estadios y debo detenerme para recordarme que el mundo es
sólo el sueño del mundo, que el escenario cambiará y por eso debo vivir y
agradecer por los momentos. Como ahora en el que el sol se pone y los últimos
rayos del sol juegan en mi cabello y lo vuelven dorado.
Quizá por eso buscaba esa otra clase de
amor que mucho tiene que ver con el deseo, pero despierto de eso como Tzinacán
despierta del sueño de la vida en la Escritura del Dios, varada ando entre el
desencanto que reclama esta pérdida de inocencia y mi naciente alegría, debo
recordar ver siempre para el otro lado.
Siempre me estoy yendo, siempre haciendo planes, miedo al
sedentarismo y lo rutinario. Miedo a ser una nómada que siempre está yendo a
ningún lado , pero el corazón está, el respirar, el Dharma, los Maestros,
la ventana interior, los libros, las palabras.
Fotografía: A. Pernath
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